El caballo y las setas
Érase
una vez, un caballo cuyo nombre era Seti. Sus padres
le pusieron ese nombre cuando descubrieron que su hijo tenía todo el
cuerpo lleno de setas. Las setas le crecían por todo el cuerpo, como
si de un monte húmedo se tratara.
Seti pasó
los primeros años de niño sin preocuparse por las setas, ya que para él era
algo normal desde que nació. Pero una vez pasada la infancia, cuando Seti
empezó a ir al colegio, el resto de caballos se reían de él, y Seti
se sentía muy sólo.
Hasta
que un día, se le acercó otro caballo llamado Janco,
que le dijo: “Hola Seti, ¿quieres ser mi amigo?” Seti le dijo: “Claro!“ Y
empezaron a hablar de todo un poco… Janco le preguntó que por qué tenía setas
por todo el cuerpo, y Seti le contó su historia, desde que era pequeño.
Janco
le dijo: “Pues a mí me encantan las setas!, ¿Puedo cogerte una?“.
“Sí, claro. Si te gustan, sírvete, total, van a seguir creciendo otra vez”.
A
Janco se le iluminó la cara al oír esto que dijo Seti… y le dijo a Seti: “Pero
eso es buenísimo, al reproducirse solas, puedes comer setas siempre que
quieras!! Además, están riquísimas.”
A
Seti, lo que le estaba diciendo Janco le estaba llenando de optimismo,
porque por fin encontraba una utilidad a sus setas del cuerpo.
Entonces
él también las probó, y pudo comprobar que sus setas estaban
riquísimas. Después de eso, empezó a buscarle ventajas a las setas de su
cuerpo, y a verlo desde un punto de vista positivo.
encontró
otro motivo por el que alegrarse de ser el único caballo con setas, y era
que las setas absorbían el agua cuando llovía y Seti se secaba mucho antes
que el resto de caballos.
Pasaron
los años, y las relaciones de Seti con los demás mejoraron muchísimo, ya que el
optimismo llenó su vida.
Cuando
ya fueron mayores, Seti y Janco fundaron una empresa de setas, única en el
mundo, y consiguieron vivir de ello al ser las setas de Seti las
mejores del mundo.
Fin
Los tres cerditos
En el corazón del
bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba
persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron
hacerse una casa.
El pequeño la hizo
de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.
El mediano
construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado
ya, se dio prisa para irse a jugar con él.
El mayor trabajaba
en su casa de ladrillo.
- Ya veréis lo que
hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo
pasaban en grande.
El lobo salió detrás
del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y
sopló y la casita de paja derrumbó.
El lobo persiguió
también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano
mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos
cerditos salieron pitando de allí.
Casi sin aliento,
con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.
Los tres se
metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a
dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera
larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito
mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el
interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.
Escapó de allí
dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que
nunca jamás quiso comer cerdito.
Fin
El conejito ingenioso
Periquín
tenía su linda casita junto al camino.
Periquín era un conejito de blanco peluche, a quien le gustaba salir a tomar el sol junto al pozo que había muy cerca de su casita. Solía sentarse sobre el brocal del pozo y allí estiraba las orejitas, lleno de satisfacción. Qué bien se vivía en aquel rinconcito, donde nadie venía a perturbar la paz que disfrutaba Periquín!
Pero un día apareció el Lobo ladrón, que venía derecho al pozo.
Nuestro conejito se puso a temblar. Luego, se le ocurrió echar a correr y encerrarse en la casita antes de que llegara el enemigo: pero no tenía tiempo! Era necesario inventar algún ardid para engañar al ladrón, pues, de lo contrario, lo pasaría mal. Periquín sabía que el Lobo, si no encontraba dinero que quitar a sus víctimas, castigaba a éstas dándoles una gran paliza.
Ya para entonces llegaba a su lado el Lobo ladrón y le apuntaba con su espantable trabuco, ordenándole:
- Ponga las manos arriba señor conejo, y suelte ahora mismo la bolsa, si no quiere que le sople en las costillas con un bastón de nudos.
- Ay, qué disgusto tengo, querido Lobo! -se lamentó Periquín, haciendo como que no había oído las amenazas del ladrón- Ay, mi jarrón de plata...!
- De plata...? Qué dices? -inquirió el Lobo.
Sí amigo Lobo, de plata. Un jarrón de plata maciza, que lo menos que vale es un dineral. Me lo dejó.
Periquín era un conejito de blanco peluche, a quien le gustaba salir a tomar el sol junto al pozo que había muy cerca de su casita. Solía sentarse sobre el brocal del pozo y allí estiraba las orejitas, lleno de satisfacción. Qué bien se vivía en aquel rinconcito, donde nadie venía a perturbar la paz que disfrutaba Periquín!
Pero un día apareció el Lobo ladrón, que venía derecho al pozo.
Nuestro conejito se puso a temblar. Luego, se le ocurrió echar a correr y encerrarse en la casita antes de que llegara el enemigo: pero no tenía tiempo! Era necesario inventar algún ardid para engañar al ladrón, pues, de lo contrario, lo pasaría mal. Periquín sabía que el Lobo, si no encontraba dinero que quitar a sus víctimas, castigaba a éstas dándoles una gran paliza.
Ya para entonces llegaba a su lado el Lobo ladrón y le apuntaba con su espantable trabuco, ordenándole:
- Ponga las manos arriba señor conejo, y suelte ahora mismo la bolsa, si no quiere que le sople en las costillas con un bastón de nudos.
- Ay, qué disgusto tengo, querido Lobo! -se lamentó Periquín, haciendo como que no había oído las amenazas del ladrón- Ay, mi jarrón de plata...!
- De plata...? Qué dices? -inquirió el Lobo.
Sí amigo Lobo, de plata. Un jarrón de plata maciza, que lo menos que vale es un dineral. Me lo dejó.
Fin
La gallina de los huevos de oro
Érase un labrador
tan pobre, tan pobre, que ni siquiera poseía una vaca. Era el más pobre de la
aldea. Y resulta que un día trabajando en el campo y lamentándose de su suerte,
apareció un enanito que le dijo:
— Buen hombre, he oído tus lamentaciones y voy a hacer que tu fortuna cambie. Toma esta gallina; es tan maravillosa que todos los días pone un huevo de oro.
El enanito desapareció sin más ni más y el labrador llevó la gallina a su corral. Al día siguiente, ¡oh sorpresa!, encontró un huevo de oro. Lo puso en una cestita y se fue con ella a la ciudad, donde vendió el huevo por un alto precio.
Al día siguiente, loco de alegría, encontró otro huevo de oro. ¡Por fin la fortuna había entrado a su casa!. Todos los días tenía un nuevo huevo.
Fue así que poco a poco, con el producto de la venta de los huevos, fue convirtiéndose en el hombre más rico de la comarca. Sin embargo, una insensata avaricia hizo presa su corazón y pensó:
“¿Por qué esperar a que cada día la gallina ponga un huevo? Mejor la mato y descubriré la mina de oro que lleva dentro”.
Y así lo hizo, pero en el interior de la gallina no encontró ninguna mina. A causa de la avaricia tan desmedida que tuvo, este tonto aldeano malogró la fortuna que tenía.
— Buen hombre, he oído tus lamentaciones y voy a hacer que tu fortuna cambie. Toma esta gallina; es tan maravillosa que todos los días pone un huevo de oro.
El enanito desapareció sin más ni más y el labrador llevó la gallina a su corral. Al día siguiente, ¡oh sorpresa!, encontró un huevo de oro. Lo puso en una cestita y se fue con ella a la ciudad, donde vendió el huevo por un alto precio.
Al día siguiente, loco de alegría, encontró otro huevo de oro. ¡Por fin la fortuna había entrado a su casa!. Todos los días tenía un nuevo huevo.
Fue así que poco a poco, con el producto de la venta de los huevos, fue convirtiéndose en el hombre más rico de la comarca. Sin embargo, una insensata avaricia hizo presa su corazón y pensó:
“¿Por qué esperar a que cada día la gallina ponga un huevo? Mejor la mato y descubriré la mina de oro que lleva dentro”.
Y así lo hizo, pero en el interior de la gallina no encontró ninguna mina. A causa de la avaricia tan desmedida que tuvo, este tonto aldeano malogró la fortuna que tenía.
Fin
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